miércoles, 31 de octubre de 2012

Galdós viajero en El Periscopio



Os reproduzco la convocatoria publicada por Jaime Alejandre en su blog:

http://jaimealejandre.blogspot.com.es/2012/10/galdos-viajero-en-el-periscopio.html

"Queridos amigos:


El Periscopio-Evohé volvemos a la carga, ahora publicando la primera recopilación integral de los textos de viajes (por Europa y España), “Viajes de un desmemoriado”, de don Benito Pérez Galdós, incluyendo además algunas cartas a su amigo Clarín y un extraordinario Prólogo de Germán Gullón. Un libro delicioso en el que el humor y la perspicacia de nuestro inmortal autor brillan con luz propia y en el que podréis encontrar algunos pasajes que fueron fuente de inspiración, sobre todo, de sus Episodios Nacionales.

La presentación del libro será el próximo martes 6 de noviembre a las 1930 horas en el Café Comercial y contaremos con la participación de lujo de dos de los mayores expertos en Galdós, Germán Gullón y Rosa Amor del Olmo.

Os esperamos


Pocos atractivos ofrecen Unquera y su parador de Blanchard, donde un francés industrioso da de comer a los pasajeros que frecuentan aquel Camino. El parador, dicho sea en honor de la verdad, tiene tan marcado y patente su parentesco con las antiguas ventas, que no es necesario preguntarle su abolengo. Sólo en la cocina se echa de ver que anda por allí la mano de un francés, no tan só1o por los nombres exóticos de los platos, sino porque gran parte de lo que allí es servido se puede comer y aun resultar sabrosísimo al sentido del gusto, mayormente si éste no ha tenido gran cosa que hacer desde Comillas.

Pero lo característico del establecimiento Blanchard es el ruido, que ofrece allí todas las variedades y clases diversas de lo sonante, en tales términos, que la humana oreja no tiene nada que desear. El que haya pernoctado en Unquera lo ha oído todo, porque los techos, los pisos, los tabiques, la escalera del frágil mesón, han sido hechos con habilidad suma para que ni el más leve rumor se escape. Como no es posible admitir que ningún nacido haya logrado conciliar el sueño a orillas del Deva, puede suponerse de qué modo retumbara en el cerebro del viajero dormido aquel horrísono estrépito de coches, el pisar de las fatigadas caballerías, la charla de los pasajeros que entran y salen, y el incesante ladrido de todos los perros del mundo congregados en las inmediaciones.

El solícito arquitecto, ansioso de que su obra no dejase nada que desear, debió tomar todas las precauciones para evitar que algún viajero sibarita se entregase a los nefandos deleites del sueño. Atento a realizar su humanitario plan, dispuso que debajo de los dormitorios estuviese la tienda de comestibles y cantina, donde debían congregarse los mayorales y trajineros para hacer sus libaciones. Gracias a esto, cuando alguno de esos holgazanes que viajan por puro gusto de viajar, se mete entre las sábanas y pide a la almohada un poco de reposo, se ve de súbito sorprendido por chispeantes diálogos, por galanas disputas, por apóstrofes y blasfemias de aquellas que levantan ampollas, y adquiere preciosas noticias sobre mil asuntos que algún día podrán serle de gran utilidad.

Muchos viajeros, y entre estos hube de contarme, se dan a todos los demonios, y hasta sostienen que aquello no es teatro, sino morada de hombres cansados que anhelan la soledad y el silencio.

Todo en el mundo tiene remedio, hasta los insoportables ruidos de Unquera; y nosotros adoptamos uno eficacísimo, que consistió en despedirnos del parador, tomando al despuntar de un nebuloso día el camino de Peña Mellera, remontando el Deva.

(De “Cuarenta leguas por Cantabria”)"

sábado, 13 de octubre de 2012

Viriato en Zamora


Cada vez que voy a Zamora me pregunto por qué no la visitamos más a menudo. A menos de tres horas de Madrid, bien podría estar en otro planeta, midiendo en términos de tranquilidad y anchura de horizontes. Me encanta su atmósfera de civismo apacible, su geografía de navío encallado a orillas del Duero, la sobreabundancia de venerables construcciones románicas, la castellana cualidad granítica y amable de sus gentes.

Fuimos a recorrer en un barquito los Arribes del Duero, la frontera que un día lo fue de contrabandistas, a localizar escenarios para mis celtíberos, y terminamos el fin de semana haciendo una visita a Viriato, Terror Romanorum, encaramado sobre su pedestal de bronce en la plaza que lleva su nombre, en el centro de Zamora. Va apenas cubierto por un taparrabos, como si haciéndolo más primitivo y bárbaro se hiciera resaltar más todavía lo extraordinario de sus hazañas. Alza a lo alto los dedos desplegados de su mano derecha y una mirada desesperada, sabiendo ya, con la ventaja de la mirada reprospectiva de su escultor, el destino que le esperaba,

En la base del pedestal, un feroz rostro de carnero, rematando un enorme espolón de proa, parece decirle al viajero que no es bienvenido. Que conviene respetar la soledad antigua de Viriato, Terror Romanorum.